11.07.2007

Souk


Leía hace un par de días acerca de una curiosa definición de arte, como todo lo que no tenia que ver ni con el instinto de reproducción, ni con el instinto de supervivencia. Aunque supongo que tienen lugares comunes, ya que considero la cocina como otra bella arte: se toman elementos primarios y se convierte en algo completamente diferente, con el propósito de dar una satisfacción sensitiva, que, aunque se va cultivando con el tiempo, no deja de tener su connotación instintiva.

Claro, podría ponerme a teorizar y llenar unas cuantas cuartillas sin llega a alguna conclusión, realmente es un descubrimiento relativamente reciente para mi y la calidad de novedoso no le quita lo perjudicial: la salsa Presto hace más estragos en mi hígado que el vodka barato. Pero eso puede ser consecuencia del desgaste, largas noches a punta de alcohol y estimulantes del cerebro frontal. No importa.

Hace un par de semanas estaba cerca del trabajo de Nina y quedamos de almorzar. Nos encontramos, hacía algo de sol y el cielo tenía el brillo que precede a la lluvia. Me dijo que entráramos a un restaurante que frecuenta con sus amigos, cuando almuerza, cosa no muy frecuente. No recuerdo su nombre, de todas formas estaba lleno y le propuse que fuéramos a una parrilla argentina ubicada en la Calle 10 con 5ª. En el camino encontramos abierto el restaurante Souk, al cual habíamos querido entrar hacia varios meses y siempre encontrábamos cerrado. Así que terminamos entrando. El lugar, un local alargado y con tres niveles, estaba casi lleno por lo que nos tocó sentarnos en una mesa contigua a la puerta. La mesa era bastante amplia pero las sillas incómodas. El mesero nos entrega las cartas y, aunque las elecciones eran escasas, Nina decide rápidamente que quiere comer. Yo no me termino de decidir entre un plato oriental y algo de pasta. El mesero pasa a recibir la orden y le digo que me dé unos minutos más, Nina le dice su elección y él le contesta que ese plato ya no lo preparan (la carta ya tenía una serie de correcciones de platos que no preparaban, largas franjas de papel cubrían el plástico de la carta) entonces Nina, algo frustrada, se decide por otro. Yo elijo unos espaguetis a la puttanesca, ya que me gustan mucho las aceitunas y las anchoas: gusto cultivado.

El jugo, servido en un vaso pequeño, no era algo demasiado especial. Los platos eran grandes, o se veían grandes en contraste con las porciones que llevaban. Los espaguetis estaban tibios, casi fríos, y al dente, pero por más que busqué las anchoas no aparecieron por ningún lado. Puede que el chef fuera bastante avaro en la preparación, o que el sabor ácido de las aceitunas y las alcaparras distrajeran mi paladar, hipótesis que descarto en cualquier caso. Es probable que por mi aspecto el chef creyera que me podía engañar. En cualquier caso me sentí burlado, Nina tuvo la misma sensación y mientras terminábamos la bebida, el chef se sentó en la mesa contigua y me miraba a menudo. Pude haber protestado, tal vez en otra época hubiera golpeado al chef hasta que me sangraran los nudillos, o hubiera regresado con un par de molotov para estrellarlos contra los ventanales. Pero no. Pagamos la cuenta, algo costosa además, y salimos del local. Acompaño a Nina cerca de su oficina y me voy a el Cubo a tomarme una cervezas.

Los viejos hábitos son más seguros.

(foto tomada por algún tipo de el Tiempo, o alguna de sus revistuchas)